martes, 15 de marzo de 2011

Me acuerdo cuando a veces hablábamos de ir a Japón. Un sueño. Recorrer las calles de Tokyo y saber que no hay calles iguales en el mundo, ni una gente así que pueda pasar por ellas.

Ir cargados con sacos y sacos de dinero, para gastar en mil cosas, en cualquiera. Total, me iban a dar ganas de comprarme el país entero. Aunque cosas de Bebé, más frikismo y un uniforme colegial japonés sabía yo que, por lo menos, no podían faltar.

Me imaginaba descubriendo un mundo entero nuevo. Pensando que ningún lugar es como aquel. Yéndome a dormir por las noches, recopilando cada día en una especie de libreta de viajes, para que no se me olvidara nada. Hacer mil fotos. Incluso, ya tenía pensado que la mejor época para ir era primavera. Porque los cerezos en flor allí creo que son una de las cosas más bonitas del mundo.

Por supuesto, no podía faltar una escapada a Seúl, a esa amadísima Korea del Sur de la que cada día me enamoro, nos enamoramos más. De su cultura, de su gente, de su música, de su cine. Ya que se está por allí, hay que aprovechar para hacernos cada vez más koreanos, aunque sea por un par de días.

Sabíamos,volviendo a Japón, que Kyoto nos iba a enamorar más aún todavía que Tokyo, y ya era decir.

Yo te había propuesto pasarnos por Kamakura, que no está muy lejos de Tokyo. Los paisajes en Elfen Lied creo que me conquistaron demasiado. Quizá es que acabo creyéndome que si voy a esa playa, y paseo por esos templos, estaré más cerca de Lucy. O vete a saber por qué es. Cuando vi la estatua gigante del Buda , supe, definitivamente, que había que ir.

Tú, me propusiste Sendai. No sabías si sería amor, pero te hacía mucha ilusión ir, por los grandes Monkey Majik.

Hoy, Sendai está destruída. Dos integrantes de Monkey Majik siguen desaparecidos. El país entero está en peligro, al borde de una terrible catástrofe nuclear, si es que no lo está ya.

Y yo no seré japonesa, ni tendré familia allí, ni nada. Pero a veces sueño. Y muchos sueños me llevaban a Japón. Ahora, no sé qué será ni de Japón, ni de los sueños. De los míos, pero sobretodo, de los japoneses. Aunque es, cómo no, admirable cómo lo están afrontando.

Pero yo, la verdad, desde el viernes tengo ganas de llorar. No quiero renunciar a los sueños, ni que lo hagan miles de personas inocentes. Quiero que pare. Y no solo por poder realizar ese viaje un día, y ser feliz. Es que quiero a Japón. Y las tragedias son terribles siempre, pero allí me duelen más.

Solo me queda desear que la pesadilla acabe. Que afecte al mínimo de gente posible. Que no vaya a más.

E intentar hacer una grulla (informaos aquí del proyecto). Aún no lo he conseguido, pero lo haré. No es gran cosa, pero me sentiré mejor conmigo misma.

Ánimo, Japón.