Hacía cuatro años que mi vida había comenzado. Vida, con todas sus letras, claras, grandes, gritadas a pleno pulmón. No una vida susurrada, escrita con manos temblorosas y con tinta que se borra con el paso del tiempo.
Se puede vivir de muchas maneras, pero desde hace cuatro años, para mí hay dos maneras de hacerlo, dos vidas: la verdadera, la que quiero; y la otra, la espera para volver a la otra. Cuando me subí a aquel autobus incómodo, lleno de demasiada gente, del que deseaba bajar al instante, lo noté. Mi vida se había reactivado, la partida continuaba.
Y es que, al echar la vista atrás, me daba cuenta de que mis recuerdos se estructuraban gracias a una clasificación sencilla: lo que había sucedido en la pausa, y los recuerdos de cuando me había subido en un autobus o me había encontrado con él para volver a jugar. Mis recuerdos, mi vida, se dividían entre autobus y autobus. La vida comenzaba al sumergirme en un viaje - o que él lo hiciera-, y volvía a detenerse cuando un viaje de vuelta que nos separaba llegaba a su fin.
Así, me puse a pensar, como había hecho ya otras veces, en las cosas que habían sucedido entre viaje y viaje. Sin darme cuenta, había establecido que esos eran periodos intermedios, simples momentos transitorios. Claro que los intermedios pueden aprovecharse bien, y tenían sus cosas buenas. Pero a mí siempre me ha gustado ver la película sin interrupciones. Los intermedios no estaban mal. Pero tener que salirme de la pantalla para sentarme en la butaca de la sala, esperando a que la imagen volviera a ponerse en movimiento, con el resto del mundo, me incomodaba. Me hacía desear volver al juego, desear que llegara el momento en el que supiera cuándo iban a volver los nervios en el estómago, el miedo a los enfados, el estrés del día anterior y el andar de un lado a otro de la casa recogiendo cosas que meter, bien apretadas, en la maleta.
Estaba yo el viernes en el autobus, acercándome a mi vida, pensando en todas las pausas que habían existido. No pueden culparme de ser demasiado infantil a veces. Solo tengo cuatro -maravillosos- años de vida. Qué difícil y qué fácil es vivir...
No se me puede reprochar tampoco que quiera volver a la pantalla, que ese sea mi lugar. Porque me gustan algunas cosas que pasan en las butacas y algunos de los que ocupan elr esto de asientos. Pero cuando encuentras al protagonista de tu película, nada es comparable: estás dentro de un mundo distinto, viviendo, junto a la persona que ha acabado compartiendo tu misma historia. El resto, son personajes inevitablemente secundarios. Los protagonistas merecen, tienen, que protagonizar su película.
Imaginaos de qué humor está el director, con tantas pausas... Pero no quiere a otros actores para esta historia. Nos quiere a nosotros, a los únicos protagonistas posibles. Por eso, y por tantas otras razones que solo pueden conocer los protagonistas, quiero que cada vez haya menos pausas. Show must go on.
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